Llevamos ya mucho tiempo viendo en redes el mismo debate, irremediablemente polarizado hasta los límites: mientras las generaciones más mayores se quejan de unos jóvenes que consumen sin tener en cuenta su futuro y que no tienen casas y coches porque prefieren pagar Netflix, esas generaciones jóvenes se quejan de unos boomers acomodados que no entienden que ahora todo cuesta mucho más esfuerzo que antes.
Hoy quiero abrir este melón sin posicionarme en uno de estos dos polos, porque creo que ambos tienen sus buenos argumentos. Sí, los boomers (y no estoy utilizando esta palabra despectivamente) lo han tenido más sencillo que nosotros. En su época escalar posiciones en una carrera profesional era más fácil, y comprarse una vivienda no era tan complicado como ahora. No era sencillo, ojo, pero tampoco era lo que tenemos hoy en día. Recordemos también que no todo era un camino de rosas: crecieron en medio de una dictadura.
Pero al mismo tiempo, esa generación sabía gestionarse mejor sus recursos y planear a varios años vista, con unos objetivos más marcados. Si alguien tenía poco dinero, lo seguía usando de forma inteligente y algo conseguía con el paso del tiempo. No es más rico quien más tiene si no quien menos necesita.
Los Millenials y las generaciones más jóvenes lo tenemos más difícil. Los precios de la vivienda se han disparado muy por encima de lo que habría provocado la inflación, los trabajos y los sueldos son mucho más precarios, y vivir en una gran ciudad es prácticamente ser un esclavo de ella.
De todos modos (y aquí es donde muchos suelen ponerse en mi contra), también creo que las generaciones más jóvenes estamos acostumbrados a unas comodidades que secuestran nuestras finanzas y que no son compatibles con una planificación sana de nuestra vida. Veo a demasiadas personas pedir cena a domicilio la mitad de las noches, salir todos los fines de semana, viajar a otros países un mínimo de 3 o 4 veces al año. Son estilos de vida que drenan la economía de mucha gente.
Dicho de otro modo: sí, cobramos menos en relación al coste de la vida y es injusto, pero eso no es excusa para intentar avanzar. Cuando yo llegué a Barcelona cobraba unos 1.200 euros al mes y conseguía ahorrar entre 300 y 400 al mes. ¿Cómo lo conseguía? Compartiendo piso, comprendiendo que cobraba poco y adecuando mi estilo de vida a ello. ¿Para qué ahorraba? En ese momento no lo sabía, pero iba amontonando ahorros para lo que pudiera pasar o los planes que pudieran surgir. Al final esos planes fueron coger lo ahorrado durante 13 años y comprarme un piso.
Lo mejor para lograr eso es decir no al consumismo recalcitrante que nos domina al día. Ser fieles al sentido más estricto de la ley de la oferta y la demanda. Si algo te parece caro o te recorta demasiado el margen de ahorro, no lo compres. Nos hemos olvidado del poder que nos da elegir no consumir, porque hemos llegado a un punto en el que no consumir está mal visto. Y yo lo tengo claro: hay que acabar con esa visión de las cosas.
Si las palomitas del cine te parecen caras, no compres. Si el pastel de queso a 8 euros que te ofrece un restaurante del centro de Barcelona te parece caro, come sin postre. Si Netflix pasa a costarte 30 euros al mes entre pitos y flautas, date de baja.
Quiero dejar bien claro que no responsabilizo a los jóvenes de su precariedad. Insisto: estamos en unas condiciones pésimas y sin ninguna duda vivimos peor que nuestros padres, cuyas pensiones vienen apoyadas por un sistema que va directo al colapso. Y eso debería enfadarnos, por cierto. Pero al mismo tiempo, veo caprichos y modos de vida que son demasiado altos para los sueldos que corren. Veo que el esfuerzo que se hace para intentar mejorar las cosas es muy reducido.
Creedme: se pueden conseguir cosas. Si yo, autónomo, soltero, he conseguido comprarme un piso convenciendo a los bancos de mi solvencia, creo que más personas que creen que serían incapaces de lograrlo pueden. Sólo hay que comprender que gastar menos no implica bajar capas en la sociedad, y animarse a decir ‘NO’ ante algunas costumbres a las que nos hemos acostumbrado demasiado.
Imagen de Kai Pilger en Unsplash.