🪫 Internet está roto y yo estoy cansado
O cómo deberíamos recuperar la cordura en nuestra actividad online
Estoy convencido de que muchos, en el fondo, lo vemos. Pero preferimos no hablar de ello. Quizás inconscientemente. Pasito a pasito, cesión tras cesión, hemos dejado romper internet. La red de redes ha pasado de ser una fuente de información y una herramienta que nos ha potenciado como personas y profesionales a ser un universo lleno de servicios que nos han convertido en adictos para quedarse lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo.
Dependiendo de la persona y de las circunstancias de su vida la situación cambia, no hay duda. Pero en mayor o menor medida todos nos hemos vuelto adictos a algo que ocurre en la pantalla de nuestros móviles. Herramientas, redes sociales y portales web se han convertido en agujeros negros en los que puedes quedarte “atrapado” durante horas.
Esto no es nuevo, desde luego: todos hemos tenido nuestras tardes de sofá en las que hemos hecho zapping y nos hemos quedado viendo alguna tontería en el televisor. El problema es que ahora eso se ha trasladado en un aparato que llevamos siempre a nuestro lado. Es lo último que consultamos antes de apagar la luz y dormir, y es lo primero que cogemos cuando nos despertamos. Ya no le damos ningún descanso a nuestro cuerpo. Y eso puede agravarse mucho cuando vives solo y no tienes a nadie que te saque de ahí.
No voy a caer, desde luego, en señalar a los “malvados CEOs de las compañías y sus siniestros planes para convertirnos a todos en zombies”. Esto no ha ocurrido fruto de malas intenciones. Creo que Bo Burnham lo dijo muy bien aquí, en la charla ‘Self Esteem in the Age of Social Media’ celebrado hace cuatro años que puedes ver completo aquí:
A todos nos encantaba Twitter en 2008, porque era una excelente herramienta de distribución de información. Los inicios de Instagram fueron fantásticos, porque daban acceso a muchas personas a tener su propia galería de arte, fotográfica o simplemente un lugar donde compartir fotografías que podías hacer desde el móvil. Lo mismo con Facebook, que nos mantenía al corriente de lo que hacían nuestros familiares y amigos.
Pero entonces Twitter, Instagram, YouTube y los portales web de noticias se convirtieron en empresas públicas con el objetivo que tiene toda empresa pública ante sus inversores y accionistas: crecer. Y llegó un momento en el que limitarse a añadir anuncios en esos contenidos no fue suficiente: las recomendaciones, las tendencias, las sugerencias… el quédate aquí un poquito más hizo que el ansia de satisfacción instantánea de nuestros cerebros se volviese demasiado fuerte.
Ya no somos internautas, somos adictos
El resultado lo conocemos bien: ya no somos internautas, somos adictos. Zombies. Me encantaría poder decir que estoy exagerando. Necesitamos nuestro chute, y si no me crees prueba a no usar tu móvil durante una tarde de domingo. Buscamos inconscientemente el móvil con nuestra mano a la mínima que estamos esperando algo, o que hay alguna situación incómoda en la tele o en una conversación. Abrimos un artículo o un hilo de tuits, lo “leemos” y a los dos minutos ya no recordamos nada de él. Hay quien considera imposible el esfuerzo de apagar el móvil cuando entra en una sala de cine. Nuestra capacidad de concentración y de enfoque se ha esfumado.
Personalmente viví esto de la peor forma posible cuando me mudé el año pasado a mi nuevo piso. Por circunstancias de la vida pasé casi cinco semanas sin Wifi, y tuve que priorizar todos los GB de mi plan de datos móviles al trabajo. No os queréis ni imaginar el monazo que tuve esos días. No poder consultar las redes sociales incluso teniéndolas al alcance de la mano me provocó ansiedad, dificultad para dormir y un estrés que casi hizo que besara apasionadamente al técnico de Movistar cuando finalmente vino a conectar mi nuevo hogar. La experiencia me hizo ver que esto ya no era un detalle en nuestras vidas, si no un problema en mayúsculas.
Y lo peor es que ya no sólo hay que hablar de simples adicciones, si no también de los problemas que provoca cada servicio o red social por sí misma:
Twitter y sus algoritmos han polarizado nuestras opiniones, radicalizándolas hasta un punto en el que podría haber influido en votaciones como la del Brexit y la de Donald Trump en 2016. En la era de Elon Musk, el algoritmo de Twitter no para de mostrarme contenido de cuentas tránsfobas, ultraconservadoras y libertarias. Ahora el ídolo de los pre-adolescentes es alguien tan tóxico como Andrew Tate.
Estudios serios ya han sugerido que Instagram afecta la autoestima de los jóvenes, que buscan mostrar una fachada en sus perfiles que tape sus “aburridas” vidas normales.
YouTube, Instagram y TikTok han encontrado una mina de oro con sus vídeos cortos verticales, que mueven a los usuarios a un sinfín de scroll con contenido del que mejor no hablo. Un short de unos rusos quemando una bandera LGBT fue la luz de alarma que hace poco me hizo ver que no íbamos por buen rumbo.
Google y su indiscutible liderazgo en el mercado de buscadores ha conseguido que su algoritmo mande a la hora de destacar contenido de páginas web. Si algo he podido detectar trabajando quince años en un mismo medio es cómo los titulares han cambiado debido a las tendencias de búsqueda. La frustración de algunos editores ya se ha hecho patente en portales como The Verge, donde Nilay Patel ha usado ChatGPT para aportar el relleno de un artículo clásico para que destaque en Google. Podemos calificarlo de crítica sagaz, de insensatez o de frustración. Veo esas tres cosas, pero como editor tech que lleva casi quince mil artículos a sus espaldas me resuena más la última.
A donde quiero llegar es que defiendo completamente que las empresas tengan que crecer, desde luego. Pero cesión tras cesión, con los años hemos permitido que la destrucción de nuestra salud mental sea un daño colateral muy presente.
También hay otro efecto que considero muy dañino: hemos dejado de pensar en aportar contenido por aportarlo y nada más. Tenemos la necesidad de abandonar la imagen de ser un internauta más y convertirnos en una empresa, en una marca. Todo lo que hagamos online tiene que aportar algo para nuestro currículum. Tanto que si sólo quieres decir algo simple te entra el sentimiento de culpabilidad de no estar haciendo lo suficiente, de no aprovechar la ola. Incluso escribiendo esto me pasa por la cabeza a qué hora iría mejor lanzarlo para captar a más lectores, cuando mi idea inicial es solamente publicarlo para quien quiera leerlo. Sin más ambiciones.
Lo que siento es ya cansancio, agotamiento. Tras varios intentos de buscar un modo de adaptar mi vida diaria a todo esto, estoy exhausto.
Al final, después de tantos años buscando un modo de sortear los algoritmos ya no es que esté preocupado o estresado. Lo que siento es ya cansancio, agotamiento. Tras varios intentos de buscar un modo de adaptar mi vida diaria a todo esto, estoy exhausto.
Es por eso que cada vez me caen mejor aquellos portales que van al grano, son pequeños reductos que me siguen dando esperanza. Sitios como el blog de manu, Hacker News o Daring Fireball. Y que no haya confusiones: lo que quiero no es eliminar la publicidad (¡que vivo de ella!), si no que la web no provoque adicciones y el lector se vea cómodo en ella aunque vea algún que otro anuncio. Curiosamente, ahora una web desnuda sin CSS y con su texto en Courier New me transmite seguridad e incluso seriedad.
También me atrae cada vez más compartir mi vida no en las redes sociales, si no de forma mucho más privada en servicios de mensajería. Ese cansancio también me ha movido a dejar de leer algunos medios con titulares que caen demasiado en el clickbait, volviendo a un lector RSS para reducir el ruido y fiándome sólo de aquellos que me digan claramente lo que me van a contar en sus artículos. Y si no hay medio que haga esto, busco a aquellas personas individuales que sí lo hacen.
Quizás este ‘reset’ sea lo que necesite, aunque no soy demasiado optimista sobre si podré recuperar algo de lo que teníamos hace dos décadas. El simple hecho de apartar el móvil mientras ves una película en el sofá se ha convertido en tarea imposible para muchos, y eso debería preocuparnos mucho.
Poco a poco, supongo. Pero como he dicho al principio de este artículo, estoy convencido de que muchos sentís lo que ha ocurrido a lo largo de estos años. Y creo que hay que dar un paso hacia la sensatez. El mundo ya no va a ser de los “espabilaos”, si no de los que consigan mantener su enfoque y concentración al borde del lamentable internet con el que tenemos que convivir a diario.
Nota final: sé que este es el primer artículo en tres años de lo que en principio es un newsletter. Quizás, si me siento cómodo en ello y consigo más productividad, vuelva a intentar mantener regularidad por aquí. Sienta bien tener este rincón en el que gozo de independencia editorial completa, y mi experiencia me da muchos motivos para mantenerlo con vida.
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