Quizás esto que estoy escribiendo es obvio o también la edad me lo va acentuando, pero en esta era dominada por lo que los algoritmos de las redes sociales deciden que es lo adecuado o no me he animado a reflexionar sobre cómo decide ser una persona a lo largo de su vida.
Hace poco, en una recaída de procrastinación provocada por esa droga digital que es Twitter, vi un vídeo en el que una joven criticaba de forma bastante soez a un chico con el que tuvo una chica por pedirse un batido de cacao mientras ella pedía una cerveza. Pensé que yo podría ser perfectamente ese chico. No sólo porque me gustan los batidos de cacao, si no también porque no me gusta la cerveza.
Eso último ha provocado bastantes situaciones peculiares con amigos. Que no te guste la cerveza (ni el vino, ni el cava, ni el 95% de bebidas alcohólicas ni las bebidas con gas) te convierte automáticamente en un bicho raro para muchas personas. Puedo entender que eso me haga una persona peculiar, pero peculiar no debería ser sinónimo de inferior, tímida o cohibida en este caso.
El punto es que cuando era más joven cedía a pedirme bebidas que no me gustaban sólo por la presión social, para no tener que escuchar lo de siempre y no dar lo que consideraba que eran malas impresiones. Pero con el tiempo, y pagando el precio de esas situaciones, me he negado cada vez más a ello. Eso ha provocado situaciones bastante incómodas (incluso con los propios camareros en ocasiones), pero el beneficio final es más importante: me he respetado a mí mismo.
Y respetarse a uno mismo es algo que cada vez tengo más claro que es muy importante. Por encima de lo que te puedan decir los demás. Porque es ser consecuente con lo que crees, porque es autoestima. Porque cuanto más lo haces, más ves que los argumentos que te plantan el resto de personas no tienen base alguna.
Así que ahora que ya tengo los 38 cumplidos hace meses, la respuesta a cuando alguien se extraña que no pida cerveza en un bar mientras el resto del grupo lo hace (y me insisten en que lo haga) es simple, breve y directa: no pido cerveza porque no me gusta, porque no me sale de las narices y porque nadie ni nada puede forzarme a ello.
Y esto lo aplico a casi todas esas características de mi persona que son consideradas negativas: no salgo de fiesta porque no me gusta ir de fiesta. Es ruido, es estar despierto hasta demasiado tarde. No, gracias. Si mi plan ideal es una comida o cena seguida de una sobremesa agradable que termine a una hora decente para ir a dormir, respétalo.
Naturalmente no hay que caer en ser el aguafiestas del grupo, ten un margen. Pero te animo a que hagas lo mismo. Si hay nueve personas que quieren hacer algo que a ti no te gusta y te invitan a unirte, declina respetuosamente y deja claro que pueden contar contigo para otro tipo de planes. Si insisten, declina respetuosamente de nuevo. Si insisten otra vez, sé claro y recto. Con el tono que tú mismo elijas dependiendo de la ocasión, pero respétate. Porque esas preferencias, con el tiempo, acaban convirtiéndose en tus valores. En tu forma de pensar y de ver las cosas. Y si para ti es lo más coherente, defiéndelo. No tienes por qué pasar un rato incómodo sólo porque alguien te quiere en un sitio en el que no quieres estar, o comiendo y bebiendo algo que no te gusta.
Respeta a los demás, pero también respétate a ti y ten claro que mereces que los demás también te respeten.
Imagen generada mediante Bing Image Creator.